El objetivo inicial de este y de todos los gobiernos del mundo es generar un campo político-económico propicio que multiplique naturalmente la inversión y la generación de empleo. Para cumplir con ese objetivo, la gran mayoría de los países del mundo promueven administraciones espartanas (con niveles de gastos eficientes y moderados) y políticas amigables para la población, para que desarrolle negocios, obtenga ganancias, contrate personal, compita, se multiplique y que a través de eso todos comamos perdices.

Pero con un error de cálculo extremo, la presente administración tomó medidas en dirección completamente opuesta: aplicó una creciente presión impositiva, decidió aumentar el gasto en proporciones kilométricas, generó una deuda que ya es récord, ocho veces más grande de lo que se le debe al FMI, y llegó a un callejón sin salida, hasta un lugar en el que no puede seguir colocando impuestos, porque los capitales huyen, nadie contrata empleados en blanco, las empresas dejan de producir porque no es negocio, hay escasez de productos y, obviamente, más inflación: consultoras de todo el espectro (Econviews, Ecolatina, EcoGo, FIEL…) ya ven posibilidades de que julio tenga un IPC superior al 7%, quizás 8%, y la anualizada ya la están viendo en 92% (con algunos ubicándola en tres cifras).

Durante largos ocho meses el ex ministro de Economía, Martín Guzmán, le pedía al Presidente que echara de su cargos a la estructura kirchnerista que manejaba toda el ala de Energía, amenazó con renunciar varias veces, le trabaron todos los caminos y, finalmente el ministro dio un portazo el sábado 2 de julio. 

EL ECONOMISTA

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