Fueron tantas las noticias económico-financieras que se desarrollaron ayer en el mundo que es difícil elegir un foco como punto de partida para hacer una crónica sobre lo que está pasando. Sin embargo, por más que parezca antojadizo, es bueno comenzar por algo que pasó en el mítico autódromo de Monza, a escasos kilómetros de Milán, cuya Bolsa de desplomó ayer 3,4%, en medio de un cimbronazo político en toda Italia, con el primer ministro Mario Draghi presentando su renuncia, pero con el presidente Sergio Mattarella respondiéndole “No, Mario”, instándolo a que siga, que busque apoyo en el Parlamento, para que prosiga con su implacable y muy resistido plan de ajuste.
Desde que ocupa su cargo, Draghi tomó medidas contundentes: cerró la mítica Alitalia, que se había convertido en un nido de miles de empleados públicos que vivían como reyes, en medio de una Italia que lentamente se iba sumergiendo en problemas fiscales cada vez mayores, tanto que hoy para conseguir financiamiento a diez años los italianos tienen que pagar una tasa anual en euros del 3,24%, mientras que los muchos más ordenados holandeses pagan 1,48% o alemanes 1,17%, y ni que hablar lo que pagan los suizos, que tienen una tasa del 0,67% en francos suizos, una moneda que se muestra mucho más firme que la hoy temblorosa del Banco Central Europeo, por influencia de la invasión de Rusia a Ucrania, pero fundamentalmente por los desequilibrios fiscales entre los países integrantes de la agrupación.
Draghi fue elegido por Mattarella como piloto de tormentas para poner a Italia en caja y está encontrando mucha resistencia por los callos que está pisando, con protestas de muchísima gente que vivía en el cielo, postergando cada vez más italianos a una situación más difícil.