Aquí, allá y en todas partes, los datos que más prensa financiera tuvieron la semana pasada estuvieron ligados a la inflación. Entre los más destacados estuvieron el 8,2% anual de EE.UU. y el 83% anual de la Argentina, con una diferencia: los norteamericanos vienen en retroceso (9,1% en junio, 8,5% en julio, 8,3% en agosto y 8,2% en setiembre) y la Argentina va en ascenso 64% en junio 71% en julio, 78,3% en agosto y 83% en setiembre.
Los analistas internacionales dicen que EE.UU. está en una cumbre, que bajará a casi la mitad en seis meses y que luego será mucho más trabajoso llevarla al 2% crucero que pretende la Fed. Y al unísono los analistas privados locales, sobre todo los consultados por el REM del BCRA, dicen que este año terminará con el 100,3% y que hay gran chance de 2023 tenga un pico inflacionario aún mayor que el enloquecido de este año, que cada minuto lleva a una familia de clase media a la pobreza y a otra familia de la pobreza a la indigencia.
Pero si se habla de números estrictamente financieros, el dato que debería haber tenido más prensa durante la semana pasada no fue la inflación, sino el dólar, especialmente en Argentina. El punto de partida de esta información está en la tasa de interés: en pocos meses la Fed subió su tasa corta de 0,5% a 3,25% anual y ahora, una semana antes de las elecciones de medio término (que ocurrirá en tres semanas) la subirá a 4%, aunque hay analistas que la ven en 4,25%. Por lo pronto, las tasa largas ya hierven: el viernes se pagó 4,5% anual a 1 año de plazo y 4% a 30 años. Y en Argentina también en pocos meses las tasas subieron de 37% a 75% en pesos (se esperaba que el BCRA la subiera a 78% u 80% tras el dato de IPC del Indec, algo que todavía no ocurrió).