Desde principios de 2020, con foco inicial en el Covid, los mercados de todas partes se vieron sumergidos durante treinta meses dentro de una volatilidad no vista desde hace años, y con cimbronazos pocas veces vistas en la historia del mundo financiero del último siglo. En general, cada suba o baja es siempre impulsada por un motivo: la cantidad de muertes y contagios de la pandemia, la invasión rusa, la suba de tasas de interés o ahora los números de la inflación y los primeros impactos recesivos.
Ayer, sin embargo, no hubo indicadores significativos ni del Covid, ni de Ucrania, ni de mediciones económicas destacadas. En general puede decirse que en términos promedio fue un día más o menos tranquilo pero sobresalió una gran volatilidad, un clima ultra selectivo, esta vez originado en cuestiones eminentemente políticas, y los focos que se salieron de escala fueron los números de China y Brasil, que sufrieron un resbalón, y las cotizaciones de la Argentina que mostraron un buen rebote, esencialmente para los títulos públicos.
El arranque de los negocios, en el amanecer asiático, mostró un durísimo castigo a los mercados asiáticos, con duras caídas en las Bolsas chinas y debilidad en las monedas de esa región. Y el motivo de ese movimiento tuvo que ver con el Congreso del Partido Comunista Chino que le dio a Xi Jinping la extensión de otro mandato (algo no visto desde la época de Mao) y la autoridad para que nombre al politburó con toda gente leal a su causa, lo que fue leído en el mundo de los negocios como un mayor control comunista, una menor posición pro mercado. Xi ya se había manifestado últimamente fundamentalmente en contra de las empresas tecnológicas. Y eso determinó un derrumbe de más del 6% en la Bolsa de Hong Kong, que derivaron en el cierre del día en desplomes del 10% al 18% en compañías chinas que cotizan en Nueva York. Además de verse afectado también el yuan, que volvió a retroceder hasta su nivel más bajo desde 2007, hace quince años.